1.Éticas de la felicidad.
Un buen número de teorías éticas son teleológicas, ya que consideran que el fin de la conducta moral es la felicidad. Además, todas ellas son éticas materiales, pues nos dicen cuál debe ser el objetivo y qué hay que hacer para conseguirlo. También pueden ser consideradas éticas de máximos, puesto que proponen un ideal de vida buena y el modo de lograrlo. Sin embargo, entre las éticas de la felicidad puede haber propuestas que la vinculen a las virtudes personales o a las acciones y sus efectos, que sean universalistas o relativistas.
1.1.El eudemonismo
El defensor más importante de esta teoría es Aristóteles, quien sostuvo que todos los seres naturales experimentan cambios que están orientados hacia un fin predeterminado. Ese fin es siempre la perfección de su esencia, es decir, de aquello que los hace ser lo que son.
Los eudemonistas sostienen que la felicidad consiste en la autorrealización personal. Para el ser humano, la perfección de su esencia consiste en su autorrealización. La felicidad surge de la satisfacción de alcanzar aquello que uno debe ser.
La esencia humana, según Aristóteles, se define por dos características: racionalidad y animalidad. El ser humano es un animal racional.
Por ser racional, aspira a contemplar la verdad y, por tanto, el conocimiento. La dedicación activa para llegar a adquirir ese conocimiento le produce felicidad.
Ahora bien, dado que, además de ser racionales, somos animales, tenemos también necesidades materiales. En la satisfacción de estas necesidades, Aristóteles considera que son perniciosos tanto el exceso como el defecto. Por un lado, carecer de algo que se necesita puede producir infelicidad, pero, por otro, dedicarse por completo a cubrir una determinada carencia puede provocar que se descuide lo demás y acabar produciendo igualmente insatisfacción.
Para evitar la insatisfacción, contamos con la virtud, que Aristóteles define como un hábito consistente en saber elegir siempre un término medio relativo a nosotros, situado entre dos extremos igualmente viciosos. Puesto que el término medio nunca es el mismo para todos, su propuesta es una ética de mínimos y no de máximos.
1.2.El estoicismo
El estoicismo defiende que la felicidad se obtiene de modo autosuficiente, viviendo de conformidad con la naturaleza.
Como sabemos, la naturaleza humana tiene dos componentes: uno animal y el otro racional. Los estoicos consideraban que, desde un punto de vista moral, solo era importante el componente racional. En consecuencia, pensaban que únicamente era un bien moral aquello que conservara e incrementara la racionalidad del ser humano. Todo lo relativo al cuerpo, como la salud y la enfermedad, la belleza o la fealdad, la riqueza y la pobreza, son indiferentes desde un punto de vista moral.
Al vincular la moralidad con nuestra racionalidad, los estoicos nos enseñan que el bien y el mal moral tienen su origen únicamente en nuestro interior. Por lo tanto, el individuo es autosuficiente desde un punto de vista moral. Se puede y se debe lograr la felicidad de forma totalmente independiente de los acontecimientos externos.
La sabiduría moral propuesta por los estoicos consiste en cultivar la razón para descubrir el logos, la ley que gobierna tanto a la naturaleza como al ser humano. Una vez conocida esa ley, se comprenderá que solo las acciones acordes con ella son moralmente perfectas y conducen a la felicidad.
1.3.El hedonismo y el utilitarismo
El hedonismo y el utilitarismo identifican la felicidad con el placer. El hedonismo busca un placer individual, mientras que el utilitarismo persigue un placer o bienestar social.
La teoría hedonista más célebre fue la propuesta por Epicuro, en el siglo III a.C. El filósofo sostuvo que la felicidad consiste en la ausencia de dolor corporal y de perturbación en el alma. El camino para lograrla es el placer.
Epicuro reflexionó sobre los distintos tipos de placer para, posteriormente, elegir aquellos que mejor podrían conducirnos a la felicidad. Así, según su origen, distinguió entre:
*Placeres naturales necesario, ligados a la conservación del individuo, como comer cuando se tiene hambre o beber cuando se tiene sed.
*Placeres naturales no necesarios, que son variaciones superfluas de los primeros, por ejemplo, degustar manjares o beber vinos muy finos.
*Placeres no naturales ni necesarios, que sirven para alimentar la vanidad de los seres humanos, como los placeres que proporcionan riqueza, poder y fama.
De estos tres tipos de placeres, Epicuro recomendó satisfacer sin límite alguno de los primeros, disfrutar con medida de los segundos y evitar los terceros.
El utilitarismo se desarrolló como corriente ética en el siglo XIX. Los ingleses Jeremy Bentham y John Stuart Mill fueron sus principales representantes.
Con objeto de decidir sobre la moralidad de las acciones o de las normas, estos pensadores propusieron el criterio de utilidad. De acuerdo con él, una acción es moralmente buena si proporciona la mayor cantidad de placer al mayor número posible de personas. En el caso de aplicar el criterio de utilidad a las normas, cabe afirmar que una norma es buena desde el punto de vista moral si las consecuencias que se derivan de su aplicación generan un mayor bienestar social que las que provocaría su no aplicación.
La principal diferencia entre la propuesta de Bentham y Stuart Mill es que el primero, al aplicar el criterio de utilidad, tiene en cuenta únicamente la cantidad de placer en juego porque considera que todos los placeres son cualitativamente idénticos; Stuart Mill, en cambio, considera que sí existen diferencias de cualidad entre ellos, que son fundamentales para la moral.
2.Éticas del deber
Las éticas del deber no son teleológicas, a diferencia de las éticas de la felicidad y, por tanto, no juzgan las acciones por sus consecuencias. Las éticas del deber o, como también se llaman, de la justicia valoran las acciones desde la convicción de que las acciones humanas, ante todo, deben ser justas.
Parece claro que nuestra naturaleza nos impulsa a perseguir la felicidad, así que cabe preguntarse qué nos anima a inspirarnos en la justicia como principio fundamental de nuestra conducta moral. La respuesta a esta pregunta es lo que podríamos llamar sentido del deber, ya que existe una estrecha conexión entre el deber y la justicia.
A veces, las cosas no son como deberían ser; digamos que hay una falta de sintonía entre el ser y el deber ser de las cosas. Cuando esto sucede, nos parece injusto y sentimos el deber de restituir el orden haciendo que lo que deba ser sea. Esta vinculación de las éticas de la justicia con la noción de deber ha hecho que también se las denomine éticas deontológicas.
Las conclusiones a las que llegan y las propuestas que hacen las éticas de la felicidad y las éticas del deber no tiene por qué coincidir. De hecho, es perfectamente posible que alguien sea feliz, sin ser justo, del mismo modo que puede suceder que alguien justo no logre ser feliz.
2.1. La ética formal de Kant
La ética kantiana se basa en la premisa de que, para determinar el valor moral de una acción, no importa lo que se haga, sino el modo en que se haga. No importa el contenido de la acción, sino su forma.
Lo que nos mueve a actuar de un modo u otro es la voluntad. En ella reside la clave para juzgar moralmente nuestras acciones. La buena voluntad nos anima siempre a cumplir con nuestro deber y eso la convierte, a juicio de Kant, en la única cosa que es moralmente buena sin restricciones. Sin embargo, no basta con hacer lo que se debe para que la acción sea moralmente valiosa. Es importante la forma en que se cumple con el deber. Para aclarar esto, Kant distingue tres tipos de acción en relación con el deber:
*Acción contraria al deber. Es aquella en la que se lleva a cabo lo opuesto a lo que se debería hacer. Un ejemplo sería el de un comerciante que decide cobrar un precio abusivo a un cliente inexperto, como pudiera ser un extranjero que no conoce la moneda del país.
*Acción conforma con el deber. Es aquella en la que se realiza lo que se debe, pero por motivos ajenos al deber. Ilustra este supuesto un comerciante que cobra al cliente inexperto un precio justo, pero solo porque quiere garantizarse una clientela o porque teme ser delatado por otros clientes o descubierto y sancionado por prácticas abusivas.
*Acción por deber. Es la que se hace porque se quiere cumplir con una obligación moral con independencia de las consecuencias que ello pueda tener. El ejemplo sería el de un comerciante que cobra el precio justo a su cliente porque considera, sin más, que esa es su obligación.
La (buena) voluntad debe disponerse a descubrir cuál es su deber para luego cumplirlo. Aquí es donde, según Kant, interviene la razón práctica formulando el único precepto moral que tiene carácter universal y que denomina imperativo categórico y dice así: “Obra de tal modo que quieras por tu voluntad que el principio de tu acción se conviertas en ley universal”. Esta es la ley moral universal, que obliga a hacer aquello que querríamos que todos hicieran si estuvieran en nuestro lugar.
2.2. La ética existencialista
La ética existencialista de Jean- Paul Sartre parte de tres presupuestos: en el ser humano la existencia precede a la esencia, el ser humano está condenado a ser libre y Dios no existe.
Si Dios no existe, entonces no hay un orden moral dado que pueda orientar al ser humano en sus elecciones: los valores morales son creación suya y dependen por completo de él. Lo que elige es lo que considera bueno para él y de este modo, con sus elecciones, va creando los valores. Esto no implica la defensa de una anarquía moral. Como dice el propio Sartre: “Nada puede ser bueno para nosotros sin que sea bueno para todos”. De este modo, las elecciones se vuelven trascendentales porque, al elegir los valore y decidir sobre las normas éticas, me hago responsable de mí mismo y de toda la humanidad.
La tarea, así concebida, se presenta como una carga insoportable que hay que llevar en solitario, pero que afecta a los demás y de la que no es posible librarse. Este radical desamparo ante esa tarea inmensa hace que la libertad no pueda ser concebida más que como una condena que acarrea una enorme responsabilidad que provoca angustia. El ser humano no ha elegido ser libre, pero no puede dejar de serlo; y con cada elección pone en juego tanto lo que haya de ser él, su esencia, como la construcción de una moral que compromete a toda la humanidad.
2.3. La ética dialógica
La ética dialógica o ética del discurso surge en la segunda mitad del siglo XX como una revisión de la propuesta kantiana. Sus principales defensores son J. Habermas y K-O. Apel. Estos autores sostienen que, para decidir sobre la moralidad de una acción y sobre la universalidad de los principios que la inspiran, no basta con tener en cuenta lo que un individuo aislado descubre empleando su razón práctica. Los seres humanos vivimos en sociedad: nuestras acciones y nuestras decisiones afectan a los demás. Por tanto, se trata de convertir en diálogo lo que en Kant era un monólogo.
Para la ética dialógica, las decisiones morales deben adoptarse teniendo en cuenta a todos los afectados por ellas.
La importancia del diálogo en la moral condujo a Apel y Habermas a establecer unas condiciones ideales a las que debe tratar de aproximarse cualquier diálogo real en el que se debatan asuntos relacionados con la moral. Estas condiciones ideales son dos:
*Principio de universalización. Para que una norma sea válida, es necesario que todos los afectados por ella puedan aceptar las consecuencias y los efectos secundarios que, presumiblemente, se derivarían de su aplicación universal.
*Principio de la ética del discurso. Para que una norma sea válida, es necesario que sea fruto de un diálogo en el que hayan podido participar todos los que pudieran verse afectados por ella y que, como consecuencia de ese diálogo, todos acepten cumplir esa norma.
(Francisco Ríos Pedraza. Filosofía 1 Bachillerato. Editorial Oxford. Madrid. 2022)